La Hache Philarmonic Orchestra

La Hache Philarmonic Orchestra

Esta es la historia que cuenta cómo nacieron, viven y “curran” los miembros de la Hache Philarmonic Orchestra.
La sal es lo que le da la gracia a las comidas, la imaginación, es la sal de la vida, sin ella, esta se queda sosa.
Por eso, si vas a leer estas páginas, tendrás que cargarte de imaginación, de lo contrario te resultarán “saborías” y seguro que dejarás más de medio plato.
LA HACHE PHILARMONIC ORCHESTRA

Todo empezó con Benavides, o mejor dicho, con un pedazo de aluminio, alambre, cartón, pintura y alguna cosa más que, enjaretadas de forma conveniente, dieron vida, porque vive, al decano de la HPO y jefe de la sección de madera, Benavides.
Él es clarinetista, viejo sentimental e introvertido que ama la soledad a la que le saca un tremendo partido. Nunca nos dijo su nombre de pila, aunque la verdad es que nadie se lo preguntó. Es Benavides para los amigos y será siendo Benavides “ forever”.
Tocaba solo y se le veía a gusto sentado sobre el piano de casa con los ojos semicerrados, pasando de todo y de todos y aunque hasta ahora nunca me habló, sí me dejó entenderle con el gesto, que le faltaba alguien que le llenara de armonía su solitario clarinete. ¡Cómo tocaba el cabrón el adagio de Mozart! Lo repetía casi a diario, siempre de noche mientras todos dormían. Todos menos yo, que no lograba hacerlo hasta que no sonaba la última nota de su sublime interpretación, con la que yo empezaba a soñar. Una de esas noches, comprendí que realmente había que buscarle algún colega que le pusiera acordes musicales a su melodía.
Desde aquel momento, cada paso que daba lo hacía mirando a mi alrededor por si algo me inspiraba para fabricar los supuestos músicos de la sección de cuerda, que en principio era lo que necesitaba Benavides.
Y es en estos momentos, cuando la mente te empieza a volar, libre en el aire igual que las gaviotas. El proyecto va creciendo dentro de tí hasta convertirse en un reto, difícil pero alcanzable y entonces… manos a la obra: ¡Hay que hacer la HPO! ¡No sé de qué ni cómo, pero hay que hacerla!
De momento, extendí mis alas hacia el cielo…. obviamente los demás quedaron en el suelo. Si hay algo que tengo completamente asumido es que tengo un buen ramalazo de loco que si hace cundir la alarma en los demás (como dice mi buen amigo Alberto Cortez) a mí me hace completamente feliz.
Lo que sí comprendí es que el proceso de dar vida a Benavides no podía repetirse porque fue como un embarazo doloroso y de diez meses. Recuerdo que los tubos de plástico que formaban sus brazos y piernas no soportaban los ángulos de rodillas y brazos por lo que hubo que meterle pletinas de aluminio y alambre de acero, que lo hizo tan pesado que no era manejable. Lo tiré: Fue el primer aborto.
El segundo intento nació en la fontanería del barrio en cuyo escaparate había trozos de tubos de aluminio de esos que se doblan fácilmente y de los que, además, existe una gama de distintos diámetros que te dan alternativa para hacer brazos y piernas, fácilmente manejables y moldeables al gusto ¡Hecho! ¡Ya tiene brazos y piernas! ¿Y el cuerpo qué?… ¿ Madera? …pesa mucho. ¿Metales? …ni hablar. ¿Cartón?… arde muy fácil. Y la esponja no aguanta el peso de los tubos…
Total, que el proyecto se estancó y quedó parado hasta que algún agente externo me diera nuevas alas para volar.
Mientras, los brazos y piernas quedaron en la terraza con la consiguiente protesta de la parienta:
—¡Hay que ver cómo me lo tiene “to”!
Por aquel entonces, se hacia realidad otro sueño de años: la compra de un local para abrir un Piano-bar.
“¡Menudo lío! ¡Qué valor tiene! ¡Qué ruina! ¡Estás loco!” ….
Me dijeron de todo menos bonito, pero me cogió en una levantada de mis alas y ¡ya está!.
A medida que se fueron haciendo las obras, fue tomando fuerza dentro de mí, la idea de que allí podría estar la sede oficial de la pretendida orquesta, y ya que el negocio tendría por nombre “hache”, ¿porqué no utilizar el mismo para ella?. Decidido, había que continuar pariendo músicos, sean de lo que sean.
No tardé mucho en encontrar algo donde menos te esperas. Estaba en la cocina desayunando y la parienta volcaba aceite de la garrafa de 5 litros…¡coño! ¡eso es! La garrafa puede ser el cuerpo donde con alambre, unas grapitas y alguna cinta aislante, se amarran los tubos de la terraza que harán de brazos y piernas del fulano en cuestión.
No iba quedando mal. Pero seguía siendo solo un montón de piezas enganchadas. La cosa cambió cuando con un balón pinchado de mi hijo y como casi siempre con alambre (que verdad es eso de que eres mas apañado que un rollo de alambre) logré atarlo a lo demás y aquello tomó forma de persona.
De repente, sin saber porqué, ni cómo, al tiempo de haberle pintado unos ojos con un rotulador, se me escapó, en voz alta:
—¡Joder, Benavides! ¡Qué chulo estás!
Como otras tantas veces, me encontraba volando (en altura, esta vez) porque recuerdo que me contestó:
—Pero, ¡coño!, termíname un poquito mejor, que se me ven los alambres… y no me has hecho la nariz.
—Tranqui, tranqui, que vas a estar de lujo, repliqué.
Y así fue; lo demás… coser y cantar.
Probé con acuarela, plástico, témpera …pero al final, fue el óleo el que le dio la mejor expresión; y con él, no solo di el ultimo toque a Benavides, sino a su esmoquin y a su deslumbrante clarinete.
Había nacido el decano de la HPO.
LA CUERDA

Estaba claro que los intentos fallidos en el proceso de dar vida a Benavides había que eliminarlos no sólo por ganar tiempo sino por encontrar más fácil ejecución y mejor acabado. Además el reto ahora no era hacer un músico sino una orquesta de no sé cuantos.
Se me ocurrió tantear con escayola y compré un paquete para probarla. Sé que no lo vais a creer pero en cuanto “el decano” observó que el paquetito tenía un material nuevo que no había utilizado con él, empezó a protestar:
—¡Claro! Ahora, como yo he sido el primero, he hecho de conejillo de indias y a los demás los terminas mejor que a mí.
—¡Calla, que tú estas cojonudo! —tuve que gritarle, y menos mal que no me respondió, porque si me coge con los cables cambiados va directo al cubo de la basura.
Hay que ver lo que son los putos celos que todavía no había ni tanteado un nuevo boceto y como sabia él que era para hacer un violinista.
Bueno, empecé con alambre ¡cómo no!. Preparé una base que soportara las vendas de escayola. No quedaban mal, pero un tanto frágiles y chupaban mucha pintura que encarecía el asunto y no estaba la cosa pa tirar pesetas. Tuve que rellenar con masilla y dar dos manos antes de pintar.
El resultado final no era malo pero para el próximo había que seguir innovando.
Cuando ví terminado al violinista reconozco que le encontré cierto parecido a mí. Quizás por la barba, las canas o simplemente porque era bajito.
Le dí el visto bueno, y así “el Barbas“ paso a formar parte de la HPO.
Lo dejé encima del piano junto a Benavides, y como hablando se entiende la gente, me quité de en medio para que ellos solos se entendieran.
No debió ir la cosa muy mal porque a la mañana siguiente estaban los dos enteros y parecían felices. El único comentario que me hizo el ”Barbas” refiriéndose al clarinete fue: .
—Oye jefe (porque me llaman “ jefe”) este tío “toca”.

Yo estaba feliz porque es bueno y alentador que el nacimiento de un colectivo sea con clara armonía y en paz y estos dos parecían tener buenas intenciones que podían influir en futuras incorporaciones
Al cuerpo de cuerda había que agregarle varios elementos. Deduje que para no ser machista había que dar luz a varias hembras, y el violín es un instrumento adecuado para ellas, por lo que me puse a crear a la primera.
Me atraía la idea porque el apropiado traje largo de las damas me iba a ahorrar trabajo. Hacer las dos piernas del hombre se sustituye por un simple cilindro amplio más o menos magreado para dar la impresión de los pliegues del traje.
No tardé mucho en decidir que el cilindro podría salir de los bombos de jabón de lavadora que, además, como tienen buena base haría muy estable la figura. Y así fue. Lo malo era que el jabón de la parienta estaba todavía por la mitad.
Tuve que provocar un lavado urgente y el resto del jabón pasarlo a una bolsita de plástico, porque cuando me viene la idea soy de un impaciente terrible hasta que no acabo. La parienta seguía protestando:
—¡Desde luego soy el ultimo botón de la casa!… ¡Ya hasta los muñecos antes que una!.
Lo cierto es que la violinista iba resultando. Al principio, con cuerpo cilíndrico de abajo hasta el cuello (dos bombos de jabón unidos) la hacían esbelta y estable pero le faltaban las lógicas curvas de pecho y culo que para mí eran experiencia nueva.
Probé con bolas de papel sujetas con cinta adhesiva, para los pechos. Me dio mucho trabajo quitarle los bultos que salían y sobre todo igualar el tamaño de ambos. Cuando apretaba uno tenia que hacer lo mismo con el otro y así alternativamente hasta que la dejaba chata y vuelta a empezar.
El Barbas y Benavides no perdían ojo y al final, éste, no pudo aguantar y estalló:
— ¡Ya estás tu magreando mucho a la chavala! ¡con nosotros no te recreabas tanto!.
Ni siquiera les contesté. Sin palabras los cogí a los dos y los puse en el dormitorio fuera de mi vista.
Al Barbas le hice daño en un brazo y le tuve luego que rehacer la escayola del codo. Lo de médico de urgencia, o tal vez mecánico (tengo mis dudas) es un trabajo adicional que se me viene encima.
Y siguiendo con Matilde, porque se llama Matilde, le terminé sus pechos que al final de tanto magreo le quedaron de lujo, y más tiesos y duros que los de una mocita de 16 años. La expresión de su cara es seria, pero reconozco que es atractiva. Tiempo al tiempo, esperemos que no sea una calentona que me revolucione a los demás.
PÉREZ, CONTRABAJO

Con dos violines ya viviendo y tocando, hablo de Matilde y el Barbas, se necesitaba urgentemente un chelo y un contrabajo que completaran la sección de cuerdas y que la cosa empezara a sonar.
Al tiempo de escribir estas líneas, atravesaba por Europa una epidemia que llamaban “las vacas locas” porque las volvía majaras y podían contagiar al que comiera parte de ellas.
Mis hijos, cuando me veían escribiendo esto, no tardaron en decirme que se me había contagiado la locura de las vacas.
—Niños, las vacas no tienen ovarios suficientes para contagiarme a mí su locura. La locura mía es sana exclusiva y personal, y vaya Ud. a saber si son ellas las que se contagiaron de mí.
Bueno, sigo volando…
En mis tiempos mozos, cuando era un poco más joven que ahora, ya empecé a hacer mis pinitos en el mundo de la música. En las grabaciones de programas de televisión y de discos, se conocía por entonces a un personaje muy peculiar que tocaba el contrabajo en las orquestas. Me refiero a “Pérez”, porque su nombre de pila era desconocido para todos. Le pasaba como a Benavides; debe ser cosa de artistas.
Lo cierto es, que cuando empecé a fabricar el contrabajo de mi orquesta para incorporarlo a la sección de cuerdas, con Matilde y el Barbas, el nombre obligadamente iba a ser el de ”Pérez”.
Pasa como los matrimonios cuando saben que van a tener un crío y barajan los nombres posibles, dependiendo del sexo…si es niño tal y si es niña… cual. Bueno pues si es contrabajo: Pérez
Pensando en él hice el esqueleto de alambre, los brazos y piernas de esponja y el instrumento de escayola y cartón. Toca de pie como es lógico y lo hace con elegancia, cual hacía el mismísimo Pérez. Este tío es su reencarnación
Con el verano, llega el traslado de la familia a Sanlúcar. Allí tengo un pequeño estudio donde los muñecos tienen más espacio y yo también. Además, con los que me quedaban por hacer, aquí en casa no iban a caber y si los quería terminar para decorar el piano bar, que sería su sede, habría que trabajar duro y acabarlos antes de la inauguración.
Benavides se quedó en Sevilla porque era el único realmente terminado. Los demás tenían pendiente el barniz de los violines, que pensaba hacer en serie
Aproveché uno de mis viajes en solitario, para cargarlos en el coche. Cuando paraba en los semáforos todas las miradas eran para mí. Miento, eran para ellos.
Reconozco que Matilde y los barbas a través de los cristales eran todo un espectáculo.
Ahí se me vino otra idea. Cuando termine la HPO los voy a pasear a todos en un coche de caballos por el centro de la ciudad. Así lo dije en voz alta a todos los que me acompañaban.
—¡Te cogemos la palabra! Dijo Pérez.
LLEGÓ EL VERANO

Ya en Sanlúcar, el trabajo era más cómodo por el espacio de mi estudio y por o de estar mirando al mar: ese mar color de chocolate, entrañable para mí, que me vio nacer y que tanto me inspiró. Además en la primera planta estábamos algo aislados de la interminable entrada y salida de gente que en verano es atroz en esta santa casa.
El problema se agravaba porque a todos le había llegado al oído que papá estaba arriba haciendo unos muñecos muy “guays” y las visitas a la casa incluían la subida al estudio para echar un vistazo y ver que era “eso”. A mi no es que me molestara, porque estoy acostumbrado pero los muñecos no paraban de repetirme:
—Jefe, este cachondeo de gente p´arriba y p´abajo hay que cortarlo. Si vamos a ser artistas queremos un poco de intimidad, y no estaría mal que la próxima incorporación la trajera Ud. del sindicato para poder tener nuestro representante legal ante esta y otras cuestiones que se puedan presentar.
—Tomo nota.
La próxima incorporación no podía ser aislada, porque el trabajo en serie cunde más y estaba cortito de tiempo. En un día de esos que te levantas con el pie derecho, empecé a formar esqueletos: del chelo, que le faltaba al grupo de cuerdas, y los de la madera, que iban a ser un fagote, una flauta y un oboe.
Los cuatro empezaron a crecer junto con un quinto, que no sé de qué iba a terminar, pero como sobraba material, había que aprovecharlo.
Descubrí que la esponja de los colchones era ideal para casi todas las extremidades con el consiguiente armazón de alambre. ¡Mi madre, cómo adelanté el trabajo! En una semana me encontré en mi estudio con media docena de “gente” más, a punto de ser dados de alta de algo.
Tuve que comprar otro colchón de espuma y decirle al fabricante que me lo cortara como el primero en tiras de 15 centímetros.
No os digo la cara que me ponía el vendedor pero en su mirada adivinaba la pregunta que nunca me hizo:
—¿Qué coño estará haciendo este tío con los colchones? ¿A quién ira a acostar en esas tiras tan estrechas?
Nunca lo supo.
Fui dando forma y terminando a los cinco que empecé, que después resultaron ser seis porque sobró más material. Dos de ellos quedaron demasiado modernos para una orquesta clásica y de postín, y decidí apartarlos para un grupo roquero que, si me sobraba tiempo, terminaría más tarde. Uno sería el guitarra eléctrica y el otro, ella, la cantante, que como experiencia nueva le pinté la cara negra, para cambiar de raza y quedó chulísima.
—¡Pero termíname! ―me dijo…
—No puedo, tengo que seguir con la filarmónica. Ya te terminaré……
—¡Qué asco de privilegios! A los roqueros nos consideran artistas de segunda fila, y para colmo, siendo negra; como este sea racista me quedo mutilada de por vida.
Empecé a rematar fulanos, que ya me traían loco porque en cuanto se ven medio acabados y con personalidad, empiezan a hablarte todos a la vez y no hay quien los entienda.
Pintar a brocha todo el negro de los esmóquines era tarea dura que me traía sin sueño, hasta que un día, temprano (la familia dormía) me levanté y los lleve a todos al jardín, los puse en fila delante de la reja. Había comprado un spray negro para pintarlos a todos en un santiamén, de un pistoletazo. Para no manchar las caras se las tapé con una bolsa de plástico y me disponía a apretar el gatillo cuando, no sé de quien, salió una voz muy angustiada:
—¡Jefe! ¿¡No ira a hacer una barbaridad!? ¡Que no hemos hecho nada malo!
—Pero hombre, si yo os estoy creando, y os quiero como a mis hijos, ¿cómo voy a haceros daño? Lo único que quiero es cuidaros y poneros decentes. ¡Anda!, cerrad los ojos no os vaya a caer pintura dentro.
El pistoletazo duró treinta segundos. No se puede vestir de gala a seis individuos más rápidamente. Había nacido la media docena de Sanlúcar. Claro que la buganvilla y el rosal también se vistieron de gala y ¡no vea, otra vez, la parienta!
Lo solucioné con un almuerzo en “Casa Bigote”.
Ese verano iba y venia frecuentemente de Sevilla a Sanlúcar, porque el Piano-bar estaba en su recta final y también había que terminar los azulejos de la fachada que era otro antojito que se me metió entre ceja y ceja.
En el interior ya se iba vislumbrando el lugar detrás de la barra, donde pensaba poner la HPO. El sueño iba tomando forma.
En Sevilla estaba Benavides y la verdad es que me daba pena verlo solo sentado sobre el piano. Cada vez que llegaba de Sanlúcar me preguntaba:
—¿Qué, jefe? ¿Cómo está el personal?… Hay que ver que me hizo Ud. el primero; después al grupo de cuerdas para acompañarme, y cuando los terminó, se los llevo a la playa a todos; y a mí… ¡qué me den…!
—¡Cuidado con esa boquita! Ya queda poco, hombre. El próximo fin de semana vienen “tos pacá”.
—Sí, pero todos morenitos y “jartos” de manzanilla y yo aquí “joio” de “caló” y más blanco que el pecho de la madre superiora de las Benedictinas.
Me tuve que callar, porque tenia más razón que un santo.

MÁS DE LO MISMO

La verdad es que ahora que estaba todo el personal en la playa era de tontos no aprovechar el solitario salón de Sevilla para improvisar un taller y trabajar con los futuros fulanos que faltaban. Así lo hice y por supuesto con varios a la vez.
Se me ocurrió que un arpa con una chavala podría dar color al grupo y empecé por diseñar el instrumento con cintas doradas y gomas de una mercería que hicieron las veces de cuerdas.
El asiento de la artista lo hice con una caja de lejía, sin lejía, y su cuerpo con vendas de escayola.
Utilicé esponjas para los pechos que aunque no salieron muy parejos, sí enormemente atractivos.
La cara resultó muy calentona, con aspecto de rubia nórdica y entre su gordura, porque está llenita, y el arpa, es la que chupa más cámara de la orquesta.
A la vez que iba rematando a la arpista fui dando vida al primer fagote, que si bien parece más viejo que ella, creo que viven juntos, según me dijo el Barbas. No sé cómo se entendieron, ni si están casados, o simplemente se acuestan .
Lo cierto es que se hacen llamar los “Smith” y, según ella, que es la que habla, son de origen sueco pero afincados en Andalucía desde hace tiempo por aquello del pata negra, el vino, y la movida que en la Suecia de los fríos no ven ni en pintura.
De ellos salió la idea de que el nombre de la orquesta tenía que ser HPO porque en inglés suena más chulo y vende más que en español.
No tardaron mucho en convencer a los demás que están bastante cortitos de decisión. Hay que tener en cuenta que son un grupo de aficionados, exceptuando a Benavides y Pérez que son profesores de Conservatorio y a un par de ellos más, que juran que tienen, no sé qué título, pero que no encuentran los “papeles”.
Al siguiente fin de semana fui de nuevo al estudio de la playa y me llevé conmigo a los Smith y a Pérez que les faltaba una manita de barniz. Como siempre, Benavides se quedó en Sevilla, por lo que tuve que soportar su justificada bronca con amenaza de huelga.
En esos días, di vida a uno de los personajes más entrañables y carismáticos de la orquesta. Toca la flauta travesera con un dominio y personalidad fascinante, y aunque su nombre es Cristóbal, desde el primer momento todos le llaman “profesor”. Si acaso, alguna vez por su nombre, pero siempre con el “Don” por delante.
Don Cristóbal toca sentado, por respeto, y así iba a jugar con la estética del grupo una vez colocado definitivamente en el lugar donde yo sabía que iba a estar. Ve poco, usa gafas con cristales como culo de botellas, porque es completamente reacio a eso de las lentillas, y además, respeta y defiende a ultranza eso de que su padre, abuelo, tatarabuelo, etc. usaron la misma montura que él cogió en herencia y usará de por vida. ¡Allá cada cual!
Desde su ingreso en la HPO él es el que da las entradas y marca el ritmo y compás en los ensayos.
Por lo general, se hace respetar, aunque, como en cualquier colectivo, siempre hay quienes dan la nota y se cachondean de él por lo “bajinis”. Generalmente son los más jóvenes, inquietos y ruidosos, que aparte de pertenecer a la orquesta, tocan por las noches en cualquier bujío de barrio, a cual más cutre.
Y es por eso que Damián (¡No tiene guasa Damián!), que es uno de los guerrilleros, ha sufrido ya un par de expulsiones temporales y tiene el aviso de que la próxima será la última y sé ira a hacer puñetas con el grupo roquero.
Cuando empecé a dar vida a Damián, no sabía qué instrumento darle hasta que vi terminada su figura, sentado a medio ganchete en el filo de la palestra. Lo vi claro. ¡Este tío esta pidiendo a voces un trombón!. No lo pensé dos veces, el trombón se hizo. Me dio mucha guerra y aunque no quedó del diez, me conformé con que quedara del siete.
Y llegó el otro siete, el de Julio, San Fermín, y se celebró mi santo entre familia y amigos. Se bebió como siempre, mucha manzanilla y para hacer el “regaito” previo se me antojó un barrilito de cerveza de esos de 5 litros, de importación. Yo sabía, y el Barbas también, que no me quitaba ojo, que de ese barril iba a salir “algo”, o mas bien “alguien”.
Y así fue. Su estructura de aluminio y tan manejable, fue fácil atravesarla con pletinas, que harían de brazos y piernas, para luego con otra pelota pinchada ponerle la cabeza. Resultó muy alto, creo que el más alto de todos, pasaba del metro y diez centímetros…. ¡Madre!
También había que decidir qué instrumento darle de entre los que aún no tenía. Pensando en la percusión le probé unos timbales y unos platos, que no me gustaron, y lo dejé para más adelante en vez de precipitar la decisión.
Se quejaba:
—No me hagas esto jefe, que todos tienen algo que tocar menos yo. ¿No querrá que me toque los cojones?
—¡Vaya expresión grosera y basta para un aspirante a una Philarmonica!
De cabreo le puse un saxo y lo mandé al grupo roquero con la chaqueta de listas.
LOS ROQUEROS

En el taller que monté en el salón de Sevilla estaba solo el pobre Benavides, que se alegró cuando me vio entrar con los tres roqueros, que por lo menos le iban a hacer compañía. Tanto el saxo, como el guitarra y la negra lo miraban con cierta envidia porque sabían su pertenencia a un grupo de élite, en el que ellos no habían logrado entrar por su mala conducta.
Después de todo me dieron pena y decidí ayudarles incorporándoles lo que les faltaba para completar el grupo, y ganarse la vida, o séase, un batería.
Con él podrían tocar en bodas y bautizos, donde nadie les presta atención y bailan alegres y contentos, dándoles igual si los músicos cantan de verdad o ponen un “pleiba”.
Empecé a recolectar tiestos para hacer la batería. Los platillos fueron fáciles porque bastó una visita a la tienda de los 20 duros (donde todo vale de 500 para arriba) y compré varias bandejas de tarta de diferentes tamaños para luego elegir los adecuados.
El bombo grande lo formé de una lata de pintura de 20 litros y la caja nació de un estuche de polvorones del año pasado, por supuesto sin polvorones, y del que tuve que sacar los hilos, agujas y cositas de esas de coser que guardaba la parienta. Todavía no se ha dado cuenta.
Las baquetas son autenticas. Las tenía yo hace tiempo de un recuerdo, que no recuerdo ahora. Son más grandes que la mismísima batería… pero como son de un recuerdo…
Pero bueno, acabé con el cuarteto y los coloqué en sitio aparte de la HPO para evitar discusiones. Les conté a los cuatro como era el rincón del Pub donde pensaba colocarlos y les advertí que aunque no era un sitio de protagonismo, al menos se les vería desde todas partes.
Creo que los dejé casi conformes pero cuando me iba para pegarme una siesta oí una voz en tono altamente hortera:
—¡Oye, tú!
—¿Es a mí?
—¡Sí a ti, a ti ¡joder!
Era el “guitarra eléctrica”, que no tiene vergüenza ni la tuvo nunca y que no va en camino de llegar a tenerla. Le tuve que contestar:
—Mira chaval: De entrada, todos mis muchachos, me hablan “de Ud.”. Aunque no me guste eso de los tratamientos discriminatorios, pero en su defecto, lo menos que se requiere es un mínimo de respeto al que te ha dado la oportunidad de vivir.
—¡Pues vaya asco de vida que me has planteado… ¡Ud. de los cojones! Que no se lo querrá creer, pero tengo el Bachiller elemental completo, aunque se me haya olvidado todo, y merezco mejor trato a la hora de situarme.
—Estarás donde te he dicho, tú y los otros tres. Así lo he decidido, y eso es lo que hay.
EL ÚLTIMO VIAJE

Por aquellos días terminé uno de los trabajos que más me ilusionaban. Fue la instalación en la fachada del piano-bar de los azulejos que iban a decorarla. Sinceramente me sentí orgulloso.
La inauguración del local y sede oficial de la HPO estaba inminente y había que darle el ultimo empujón a la orquesta y preparar el sitio de cada uno.
En Sanlúcar como todos los años celebramos la reunión familiar de los “primos” y el programa estaba muy apretado. Lo cierto es, que cuando llegue al estudio, Matilde y el “barbas” (quien lo iba a pensar de él) estaban en la cama, (los dos en la misma), en posición clarísima de orgasmo inminente. Tengo mis dudas si fue cosa de ellos, o incitado por algún “primo” con ganas de cachondeo, de los que había muchos merodeando por allí esos días.
Pero más preocupante que eso, fue cuando Don Cristóbal, el profe, se acercó a mí, y me dijo:
—Jefe, tengo malas noticias
—¿Qué pasa profe?
—El fagote se pincha
—¡No puede ser!
—Que se lo digo yo jefe, que este tío se pincha. ¿Le ha visto Ud. las orejas?
—Bueno, bueno, eso puede ser falta de sueño o cualquier fatiguita pasajera. Hasta que tú no lo veas con tus propios ojos no levantes la burra. Esperemos ¿vale?
—Vale, jefe, pero yo que Ud., contrataría a un policía secreta que empezara a indagar.
—Lo pensaré.
La verdad es que ya lo había pensado, pero no le dije nada al profe porque si no, lo de “secreta” iba a ser un cachondeo.
Se me encendió una lucecita que me hizo pensar que la mejor manera de contratar un “secreta” de esos, era buscándolo en el gremio de los músicos con lo que mataría dos pájaros de un tiro: Tener un músico más para la orquesta y a la vez alguien que hiciera ese trabajo fino y anónimo… “sin que se entere nadie”.
Busqué en el sindicato y en sociedades de músico por si conocían alguno con aficiones detectivescas. Negativo.
Busque en el sindicato y sociedades policiales si conocían alguno con aficiones musicales. Negativo.
Me lo tomé con calma, y como caía la tarde, me fui a disfrutar de la puesta de sol, que en la playa de mi pueblo es incomparable. Ya estaba el sol casi metido y rojo como la yema de un huevo de campo cuando de lejos oí:
—¡Eeeeeeeeehhhhhhhhhh! ¡Eeeeeeehhhhhhhh!
Volví la cara buscando de donde venía tal berrido y mi sorpresa fue comprobar que el hortera gritón, de lejos, hacia señas dirigiéndose a mi, porque no había mas nadie cerca, e insistía:
— ¡Eeeeehhhhhh! ¡pichaaaaaaa!
—¿Es a mí?
—¡Claro, pichaaaaaaaa! ¿No es Ud. el que está buscando un secreta de esos?
Tiene huevos la cosa. De pronto me puse más rojo que el sol, que por cierto ya se había metido del todo, tal vez para no pasar la vergüenza que yo pasé.
—¡Sí hombre! ―le contesté―. Pero con esas voces, ¡menudo secreta estás tú hecho! Y además, ¿quién te ha dicho que yo estaba buscando uno?
—¡Ah! …Exclamó encogiéndose de hombros
—Bueno pero te habrán dicho que tiene que ser un músico de cierta categoría ¿no?
—No se preocupe, picha, que está “to” resuelto. A mí me conocen como el gitano rubio por eso de mis pelos y además toco la caja, las castañuelas, las palmas y “to” lo que haga ruido, que es un primor.
—En primer lugar, como quiera que te llames, a mí no me digas eso de “picha”, me hablas de Ud. Y, por si no lo sabes, lo que aquí hay que tocar son instrumentos de una orquesta filarmónica, conque: ¡vuela! Y si te vi, no me acuerdo.
—Menos prisa, jefe, que está “to calculao”. Vengo desde mi barrio viendo fotos de orquestas de esas, y me he “fijao” en los platos grandes y doraos que tenía un gachó y que “pa” mí son como tocar las palmas sólo que con más peso. Deme una oportunidad, que eso lo domino yo en un pispás.
—¿Estas loco? ¿Cómo te presento yo a los demás?
—“Faci, jefe, faci”. Ud. les dice que yo soy el ganador del concurso de platos de Chinchinati, y si hubiera preguntas Ud. les dice que no hay respuestas.
—¡Menudo lío!
—Relájese, hombre, que yo estoy “mu preparao” y “to” va a salir muy bien.
—¿Seguro?
—¡Palabra de “secreta”
Admito, que claudiqué por aquello de que lo que tiene riesgo tiene su atractivo y decidí jugármela.
Cuando lo llevé al ensayo con los demás, no tardaron ni un segundo en decirme que quién era ese que parecía el muñeco diabólico y que cuánto tiempo hacia que no se duchaba porque “cantaba de lejos”.
El gitano, muy en su papel de “secreta”, aguantó ese día, carros y carretas esperando tiempos mejores.
LA INNAGURACIÓN
¡Qué corto fue aquel verano! Parecía que fue ayer cuando escuchaba el concierto de Mozart con el solitario clarinete de Benavides y… ¡Ya ves!…Ahora estaba en Sanlúcar, preparando el retorno de la orquesta casi completa, y lista para entrar en la que sería su casa definitiva.
Y así fue. Hubo que dar dos viajes porque los nueve individuos y los respectivos instrumentos no cabían en un coche, aunque tanteamos con varias posturas.
Algunos tuvieron que venir boca abajo, otros con su nariz rozando partes no deseadas de algún “compañero”. Doña Matilde clavándose un arco de violín en sus partes blandas, y Don Cristóbal sin ver ni torta, porque en el acople perdió sus gafas y no era cosa de sacar a todos para ponerse a buscar.
Durante el viaje no dejé de escuchar murmullos quejándose de la postura, y alguna que otra amenaza, provocándome para que diera alguna disculpa o explicación; no la di, y aguanté tela marinera, pero a mitad del camino no me pude contener cuando el sindicalista murmuró:
—¡Claro! como él va con un asiento para el solito a los demás que nos “joan”.
—¡Calla malhablao! ¡Alguien tiene que conducir, y que yo sepa, aquí soy el único que tiene carné. ¿O es que quieres conducir tú?
—Yo no tengo “carné” porque no tengo pasta, jefe, pero ya que ha salido la conversación, si Ud. pudiera adelantarme un…
—¡Silencioooooo! ¡Hasta ahí podríamos llegar! Con el trabajito que me cuesta crearos, pintaros, transportaros etc…, estaría bueno que vinieras tú cómodamente, basilando al volante, y yo oliéndole los sobacos al fagote. Además, de dinero, no quiero oír ni la intención, que me estoy gastando en ustedes más pasta que si fuerais de verdad.
—¡Eh eh, eh! Jefe, que yo soy de verdad! ―replicó, con voz seria, Don Cristóbal.
—Perdona hombre, ya lo sé. Pero es que hay aquí algunos que parecen que están hechos de cartón.
De lo único que me sirvió la discusión fue para que se me pasara el viaje en un pis-pás.
En efecto, llegamos a la puerta del “hache” y aparcamos, mal como casi siempre, encima de la acera, y me bajé primero para pedir ayuda. Dejé la puerta del coche abierta para que se fuera ventilando el olor a humanidades que habíamos traído, y al volver para empezar a descargar músicos, del coche salían gritos de todas clases:
—¡No puedo más! ¡A mí primero! ¡Ayyyyy ! ¡Mi ojo! ¡Mierda!.
Como responsable del colectivo tuve que mandar a callar una vez más, y dar un pequeño discursito a modo de queja:
—Mirad chavales, ya sois mayorcitos; algunos incluso con estudios, aunque yo a la gente le he dicho que todos tenéis graduaciones superiores.
—Quiero que os deis cuenta de que vais a entrar por vez primera en la que va a ser vuestra casa por mucho tiempo, si es que esto no quiebra, lo que, en gran parte, dependerá de Uds. Hay bastantes curiosos deseando meter el ojo en vuestras maneras, y vecinos en las ventanas para ver la clase de personal que va a formar parte de su tranquila comunidad. Comprenderéis que si de entrada os comportáis de esta hortera manera, me van a cerrar el Pub antes de abrirlo. O séase, no quiero un grito ni un comentario, mientras estáis bajando del coche, u os pongo esparadrapo hasta en las cejas.
Volví a oír la voz de Don Cristóbal muy apurado:
—Jefe, acuérdese de mis gafas.
—Tiene razón; oídme todos: antes de mover ni un miembro, ved si tenéis cerca las gafas del profesor, que las perdió antes de salir.
Se oyó un ligero ruido de refriega, con resultado negativo hasta que la Sra. Smith exclamó:
—Yo he venido todo el viaje, soportando una extraña sensación metálica dentro de mis enaguas que daban una cierta frialdad a mis partes mas íntimas, y ahora que lo dice, estoy comprobando que, en efecto, son unas gafas ¡Tómelas profe!
—Jefe, yo preferiría no ver ―contestó el propietario.
—Venga hombre, ¡si a estas les pego yo un “fregaito”, y quedan mejor que nuevas!.
—No sé, no sé jefe, pero por si acaso de camino no olvide fumigarlas también, que no estoy vacunado.
ADENTRO
La repisa donde iban a colocarse estaba ya preparada encima de la barra, que es el lugar donde más luce cualquier cosa porque se ve desde todos los rincones del local.
Una vez fuera del coche, los metí a todos dentro, con la luz apagada; les coloqué sus instrumentos y los puse mirando para la mencionada repisa…, y encendí la luz…
—¡Oooooohhhhhh!
La exclamación fue unánime; a la repisa no le hicieron ni puto caso. Tiraron los instrumentos y se fueron al piano (los más intelectuales), otros, al servicio (no podían más) y los más incultos (la mayoría desgraciadamente) a registrar las estanterías y neveras, con el único afán de encontrar algo para calmar la sed.
— El agua está aquí ―les dije, señalando un hermoso botijo.
—Sí, jefe, pero hemos oído hablar de algo así como “jotabé”, y nos gustaría probar un culín, para ver a qué sabe.
—Mirad chicos, hay cosas que más vale no probarlas, porque después vienen los vicios, que nos hacen polvo el bolsillo y la salud. Hacedme caso, os aconsejo que no probéis nunca nada que tenga alcohol. Os notificaré que hay una gama de bebidas con sabor a melocotón, manzana y guindas; y zumitos de todas clases…
—¡Y una leche! ¡Vaya mariconada!…
—¿Quién ha dicho eso?
Se hizo el silencio. Tuve que aprovechar el momento para dar otro discursito que venía como anillo al dedo.
—Oídme: yo he anunciado que aquí iba a tocar una orquesta de virtuosos profesionales, y comprenderéis que si os dejo manos libres con el alcohol, el resultado de vuestras intervenciones me llevarían directamente a la cárcel.
—Jefe, pero en todos los auditorios del mundo los artistas tienen una o dos consumiciones gratis ―replicó Mr. Smith.
—Bueno, bueno yo no digo que algún día, si os lo merecéis, os pueda dar un champancito para celebrar alguna actuación, pero no adelantemos acontecimientos, ¿vale?
—No quisiera ser pesao , volvió a la carga ”el Smith”, pero Ud. es pianista y cantante ”de a diario”, y se mete unos lingotazos de ron caribeño que se la sopla.
—¡Macho! ―me tuve que cabrear―, ¿tú eres jefe de algo? Tú no mandas ni en tu casa, porque todos sabemos que manda “la Smith”. Aquí mando yo, que para eso soy el que pago las letras y la hipoteca de este tinglao. Yo pongo las normas y ¡aquí no se bebe!.
—Y ahora, hacedme el favor de no interrumpirme, porque tengo que elegir los sitios definitivos de cada uno de ustedes en la repisa.
Ahora sí, comprendieron que se estaban jugando algo importante: un lugar para toda la vida; y se volvieron todos hacia el rincón para ver cual era el de más protagonismo, y gritar antes que nadie el “¡yo quiero ese! ¡yo lo he visto primero!…”
Pero una inesperada aparición nos dejó a todos boquiabiertos.
En efecto, una pareja de individuos, sin saber de dónde ni cómo, estaban compadreando entre las botellas de la vitrina, y cuando notaron las miradas sorprendidas del grupo, se colocaron, más veloces que un rayo, en posición de concierto, como si llevaran allí desde siempre.
La verdad es que tan solo se colocó uno de ellos, al otro, menos ágil, no le dio tiempo llegar a donde quería, porque cuando oyó mi “¡quieto ahí!”, se quedo petrificado (la expresión correcta sería “acartonado”), en una posición altamente incomoda, de medio ganchete, con una pierna colgando de la repisa y de espaldas al respetable. Y así se iba a quedar “forever”, como castigo por la forma intrusa en que llegó allí.
El otro, el rápido, con esmoquin reluciente, taburete propio y chelo en posición de ”muy expresivo”, se había plantificado en el muy cotizado y ansiado rincón de mitad del escenario. Tenía aspecto de mezcla de indio comanche con negro de Tanzania o Mozambique, y, eso si, una expresión de mala leche, que hizo que ninguno de los presentes fuera capaz de decirme ni insinuarme, “jefe , yo quiero ahí”…
Hubo que repartir el espacio sobrante entre los demás. Me hizo quebrar la cabeza ya que los nueve, que yo traía mentalmente colocados, se habían convertido en once y hubo que hacer algún reajuste.
La “Smith” apuntó:
—No creo que haya ningún inconveniente en que yo toque junto a mi marido, ¿no?
—Sí, lo hay; porque aquí se tocan los instrumentos, no las manitas. Como concesión, os pondré cerca, pero que no os oiga nunca susurros por “lo bajines”, porque seréis separados al instante. Entre vosotros, solo estará el gitano de los platos.
—¡Pero jefe!, eso es más que una orquesta entera. Este tío golpea los platos que parece que está cazando elefantes. Además, no da un golpe a tiempo.
—Ya le cortaremos las alas. Está decidido.
En la otra esquina, Don Cristóbal y Benavides levantaban la mano, pidiendo la vez para intervenir. Son dos señores, que da lástima que el resto no los copie.
―Dígame profesor.
No sabía lo que me iba a pedir, pero reconozco que sólo con las maneras, me tenía entregado.
―Vera Ud. Jefe: a Benavides y a un servidor nos da igual la humilde ubicación que nos haya destinado, pero les rogaríamos, por eso de la edad, y sobre todo por el deterioro lógico de nuestro hueso “cuquis”, que nos permitiera Ud. hacer nuestras interpretaciones musicales en posición de sentados.
Ante tal exposición del requerimiento, la respuesta no podía ser otra:
—No faltaría más . Así será.
—¡Ehhhhhhhhhhh! Que yo me he pegao un vergajazo ayer jugando al futbito, que más quisiera yo tener los “cuquis” de los dos viejos estos ― rebuznó Damián, trombón en alza.
—Lo que tendrías que tener, es la educación de ellos, pedazo de animal. ¡Siéntate si quieres, pero sólo mientras se te cura tu cuquis de mierda!
Los demás, visto el ambiente, se dirigieron al lugar que les fui indicando, sin protestar, porque comprendieron que no estaba el horno para bollos.
SON ONCE
…Y aunque son once, nada tienen que ver con un equipo de fútbol.
Era la primera vez que los veía juntos a todos en su sitio. Les hice la primera foto y fueron conscientes de que podría ser importante, por lo que se quedaron mas quietos que el caballo de un fotógrafo, para no salir movidos.
No pestañeó ni uno, salvo el gitano, que suplicó:
—Jefe, por favor, ¿no le importaría repetirla? Es que estos platos pesan lo suyo y se movieron en el momento justo del flash.
—Claro que no hombre, sobre todo si me lo pides de esa inusual forma educada que has hecho. ¡ Ahí va!… ¡Pajaritoooooo….!
¡Clic!
—¡Yo quiero una copia!… ¡Toma y yo!… Pues yo tengo mucha familia y necesitaría enviar varias… ¡Anda! y mi parienta querrá una ampliación para la mesita de noche… Jefe, yo creo…
—¡Basta! ¡basta! Me hago cargo de vuestro interés general, y tendréis una copia cada uno. Obviamente, las demás os la descuento de vuestro “caché”.
Eso si que es sacar un tema guay ―dijo Benavides―, porque no sólo hay que saber cuanta pasta nos va Ud. a endiñar, sino que habrá que cobrar los atrasos, que en mi caso serán los mejores, por aquello de que fui el primero en llegar a esta empresa… o como quiera Ud. llamarle.
—Esta empresa, que confío sea duradera y de la que espero os sintáis orgullosos de pertenecer, se llama Hache Philarmonic Orchestra y nace justo en este momento, o sea, que de atrasos nada, y el que no este conforme: ¡ahí esta la puerta! Donde por cierto veréis cola de aspirantes esperando mi llamada.
Ni siquiera el sindicalista se atrevió a responderme.
—Por cierto, con lo artistas que se supone que sois, ¿no se os apetece tocar un poquito para probar la acústica del local?
—Yo estaba en ello ―dijo D. Cristóbal, y ya tenía preparada la mano para marcar la entrada―. Así, que si me permite, va por Ud,
—Un ,dos ,tres…..
—¡Stop, stop! ¿No podrías marcar en inglés? ―interrumpieron los Smith.
—¡Claro que no, joder! ―contestaron varios, a grito:
—Esto es una orquesta de hispanoparlantes, y bastante hemos tragado con el nombrecito, por aquello de la internacionalidad, para que también tengamos que parlar en extranjero. ¡Faltaría más!
Y yo rematé:
—Espero Mr. and Mrs. Smith, que sepan acatar la opinión de la mayoría. Así que profesor, vuelva a dar la entrada, en cristiano por supuesto.
—Un, dos, tres y…
—¡Chan, tatatachan!…
¡Sonaba! ¡Cómo, que si sonaba! ¡No tenía más remedio que sonar! Era mucha la ilusión que había puesto en ello: Trabajo, horas, kilómetros, protestas… ¡Qué sé yo! Todo esperando este momento; y sentir, como sentí, que mereció la pena. Me senté en el suelo a disfrutarlos (todavía no habían llegado los muebles) y así se me paso el tiempo sin darme cuenta. Tanto que me despertó un corte del sonido y la voz de Don Cristóbal:
―Jefe: ¿podemos parar? Llevamos cinco horas tocando y el personal esta tieso de sed y con las bisagras oxidadas.
—Perdonadme, estaba extasiado de emoción, y me quedé traspuesto, flotando entre corcheas. Tomad lo que queráis que os lo habéis merecido.
—¿Puede ser con un culín de alcohol, por aquello del debut?
—¡Leñe! ¡Cómo sabéis elegir el momento! Que sea, pero sin que sirva de precedente. Un traguito y a dormir, que voy a apagar las luces y hasta mañana.
Y así fue. Era la primera vez que los dejaba solos en su sitio y me fui a casa; eso si, satisfecho de lo conseguido.
LOS DE LA PARED
Dormí tranquilo, aunque con los once paseando entre mis neuronas y ese “algo” que siempre te queda cuando acabas un trabajo de envergadura, diciéndote que no está del todo terminado.
“Ya caeré, tiempo al tiempo”.
Al día siguiente, cuando volví al local, la escena que me encontré fue dantesca: De entrada había una peste a borracho insoportable. Resbalé con el resto de cubitos de hielo que rondaban por el suelo. El nivel de las botellas alarmantemente había bajado. Los dos platos del “percusión” llenos de frutos secos; restos de limones, y, por supuesto, ellos, mis queridos once, descamisados, sin instrumentos, despeinados, y con un aspecto de delincuentes bajunos que me hicieron quedarme acartonado, sin reacción alguna, como si el muñeco fuera yo.
Cuando lo hice, el grito fue tal que comprendí que la insonorización era correcta porque no hubo protesta alguna de vecinos.
—Ahhhhhhhhhhhhh! ¡Que vergüenza! ¡Que desilusión! ¡No os merecéis ni el pan que coméis! ¡Vaya once tíos de mierda que estáis hechos! ¿Qué hago con vosotros? ¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué…? …¡Claro! ¡Ya está!…
No lo dudé un instante. Grapadora en mano los grapé, ¡de por vida! en el lugar del tablero donde los coloqué en su día, y me volví a casa con la conciencia tranquila del deber cumplido.
A la tarde siguiente nadie chistaba y cada cual estaba concentrado en su instrumento. Había un esmoquin en el suelo y pregunte de quién era.
―De un servidor ―contestó el del chelo.
—Y, ¿qué hace aquí?
―Es que, con el bochornoso “numerito” de anoche, y las precipitaciones, se me olvidó en la barra, y cuando Ud. me grapó no me atreví a rechistar. Pero no se preocupe que se lo mangué a un padrino de boda que a su vez lo había alquilado.
—¡Edificante!
—Pero bueno, quiero notificaros, que como responsable de vuestra mala conducta, he decidido ampliar el número de músicos de la orquesta para tener los suficientes, que me den la tranquilidad de poder expulsar temporal o definitivamente, a los que me hagan faenitas como la de anoche. Así que os voy a bajar de dos en dos y voy a pintar los huecos de la pared que hay entre vosotros, con algunos colegas nuevos que se me vayan ocurriendo.
Puse en practica la idea. Me llevó varios días pero al final resultó positiva. Eran unas tres docenas más de músicos que aumentaron no solo la sonoridad del grupo, sino la puesta en escena que ahora tenía un “caché” importante.
No tardaron (los de la pared) en nombrar un portavoz. Salía la voz desde el grupo de los metales:
—Oiga jefe: ¿No ve lo injusto que es el tenernos aquí mas pegaos que un sello de correos, sin el más mínimo relieve, mientras estos once se dedican a taparnos y a darse sus paseítos, de vez en cuando?
—Por si no lo sabes, como quiera que te llames, estos once van grapaos “forever” y además vosotros acabáis de nacer y es demasiado pronto para empezar a exigir. Dedicaros a tocar, y tiempo al tiempo.
A esto, entró en la conversación D. Cristóbal con voz de súplica:
—Jefe, por favor ¿No podríamos eliminar lo de las grapitas?
—¡Eso, eso ¡ -Todos a coro
—Os digo lo mismo: dedicaros a tocar y tiempo al tiempo.
—Vale, jefe, vale.
—¡Hasta mañana!
—¡Hasta mañana, jefe, hasta mañana!
LA EXPRIMIDORA
Descaradamente, lo noté al día siguiente, estos están haciendo meritos para pedirme algo. Todo estaba como más limpio y ordenado que de costumbre. Seguí notando esa sensación, cuando el “ barbas”, a pesar de que es más corto que el currículum de Adán y Eva, me dijo en tono muy servicial:
—¿Qué jefe? Temprano por aquí ¿ Eh?
—¡Hombre! Los negocios siempre te dan algo que hacer.
—Pues ya que lo dice, jefe, hemos estado observando la marcha del suyo, que es el nuestro también, y desde aquí arriba, que se ve todo , observamos que la gente pide Caipirinha y Usted no tiene la máquina especial para hacer ese riquísimo cocktail brasileño.
—¿ La qué?
—La máquina especial
—¿ Y eso qué es?
—Vera jefe, Usted sabe que este mundo de las copas es muy caprichoso y los clientes más aún.
—¡ Ya, ya ¡
—Bueno pues existe una maquinita que lo que hace es exprimir los limones que van en el mencionado cocktail.
—¡ Pero eso lo hacemos aquí, a golpe de maja!
—¡Que si jefe, que si ! Ya lo sabemos. Pero déjeme que le aconseje que no quiero nada a cambio.
—Bueno, hombre, dime.
—Vera Ud: En vez de exprimir los limones a golpe de maja a espaldas de la clientela, eso, se hace con una aparatosa y atractiva máquina delante del público como en cualquier pub de categoría.
—¿No me estarás tomando el pelo?
—¿ Yo jefe ? ¡ Su más humilde servidor!
—Bueno, investigaré el tema y veré que se hace.
—Dése un paseíto por la competencia especializada. Pregúntele a Damián que sale todas las noches y sabe…..
—¿ Que sale todas las noches?
—Bueno, quiero decir que salía, ahora con las grapas…..
—¡Ah ¡
En efecto, Damián apuntó varias direcciones donde se podían observar máquinas de esas. Estuve viendo que cada vez que el barman exprimía un limón, dejándose ver con el invento en cuestión, la mayoría de los clientes preguntaban:
—¿ Eso qué es?
—Para hacer Caipirinhas -respondía el barman presumiendo y muy dueño de la situación.
—¿Un qué?
—Caipirinha, señor, es un cocktail brasileño.
—Y eso ¿cómo sabe?
—¡ De escándalo! Señor, ¡ De escándalo!
—¡ Póngame uno!
—¡Y a mí otro!
—¡Yo quiero dos!
Estaba claro. Salí alucinado y dispuesto a comprar un tiesto de esos costara lo que costara. Pero nadie sabia donde se compraba ni quién lo hacía o lo daba de propaganda. Y ¡Yo lo quería ya! ¿ Qué hago?.
Como os podéis figurar la decisión fue rápida. Yo que he sido capaz de fabricar personas. ¿No voy a ser capaz de hacer semejante artefacto?.
Me pegué otro paseo por los Pubs pero esta vez sólo para tomar disimuladamente las medidas necesarias del artilugio y fabricar uno.
¡Y lo hice!.Y por supuesto salió diferente a los existentes porque, para enjaretarlo, utilicé los retales de madera, tornillos y tubos de metal que sobraron de otras creaciones..
Después de fijarlo en la barra, en sitio bien visible, de verdad que resultó chulísimo
La segunda parte empezó cuando todos queríamos probar cómo se hacia eso y ver cómo salia.
Cuando entraban los clientes y preguntaban qué era eso, empezamos respondiendo lo que sabíamos : es un exprimidor para……….
—¡Pero coño! -saltó Damián desde arriba-¿Cómo un exprimidor? Me sorprende que Ud., jefe, que presume de mundología, no se haya percatado en que hay que aprovechar todos los momentos para ganarse al cliente y en este creo que se está equivocando. Necesita un consejo. Mire:
– Todos sabemos que realmente eso es un exprimidor, palabra que de por sí ya es fea con ganas. ¿Qué trabajo cuesta? -aunque no se sepa inglés-cuando a uno le pregunten por el artefacto, decir: Esto es una “Caipirinha especial machine”.
—¿Qué? ¿ ¿Cómo le suena?
—Hombre, la verdad es que después de oírlo, lo del ”exprimidor” queda como muy cutre.
Así quedamos todos convencidos de que realmente lo que teníamos era una Caipirinha especial machine”.
—Pasaron los días y la clientela asidua al “Caipi” empezó a inclinarse por el que hacia la señora del jefe. Por lo visto la parienta le cogió el punto y es la experta en el mencionado rebujito. ¡Cualquiera la aguanta! Ya nos hemos acostumbrado a oír:
—Nos pone dos Caipirinhas.
—¿Los quieren muy fuertes?
—Cómo quiera ¡ pero que los haga la señora por favor!
—¡Hay que ver la que monta un puto exprimidor!……….. ¡perdón! ……Quise decir la “Caipirinha especial machine”
CARGO DE CONCIENCIA
Me quedé pensativo o más bien preocupado por dos cosas que empezaron a marear mi cabeza. La primera porque lo de grapar a los once, aunque a todas luces era justo por la faena que hicieron, me hacía sentirme algo así como carcelero y no me gustaba.
La segunda me la dió el hecho de haber creado a unos individuos pintados en la pared y que por tal motivo nunca iban a tener la más mínima posibilidad, como los otros, de ser libres, pasear, ir al campo o hacer un viajito al Caribe.
El primer problema era menor porque sabía que más tarde o más temprano me cogería en una de mis horas tontas o sentimentales y los iba a librar de las grapas, pero el asunto de los de la pared era cosa más que seria.
De estos, los de la pared, el único que habla como una persona es Rostropovich, el rubio del chelo, que de vez en cuando se dirige a los once intentando chantajearlos para que le cambien el puesto. Él, lo único que ofrece a cambio es su chelo, su flamante chelo que, eso sí, es él más reluciente de la orquesta aunque no tenga relieve. ¡Mas quisiera el indio del rincón! Que tiene un violonchelo con mas mierda que relieve.
Por cierto, creo que sería bueno oír una conversación de todos cuando yo no estoy delante. ¿ De que hablarán? ¿ Hablarán de mí? ¿ Bien? ¿ O dirán pestes del que les ha dado la vida?
Me atraía la curiosidad y empezó a planear el quedarme una noche escondido, no sé dónde, sin que ellos lo supieran.
Tendría que utilizar de cómplice a mi hija para que simulara al cerrar que yo me iba con ella. Porque estos, aunque son de cartón y más brutos que un arao, de tontos no tienen un pelo.
Hay un sitio estupendo, detrás de la cortina de la puerta de emergencia, cerca de los roqueros. Allí me escondería eligiendo el momento adecuado.
LA NOCHECITA
Como estaba planeado, todos salieron y yo me quedé dentro. A medida que la persiana de la puerta bajaba, la poca luz que entraba de la calle se iba perdiendo hasta que todo se quedó completamente a oscuras.
¡ Me acojoné! Sí, sí , aunque este feo decirlo, ¡me acojoné!
Tenéis que pensar que acostumbrado a estar allí repleto de gente, con música y con luces por un tubo, era para acojonarse.
Lo único que alumbraba algo eran los pilotitos de las luces de emergencia, de color rojo, que me daban la impresión de que me estaban haciendo una radiografía. Gracias a ellos se podía vislumbrar algo.
El silencio era sepulcral.
Yo estaba expectante, esperando algo pero sin saber exactamente qué.
Sentía la misma sensación de cuando vas al teatro y se apagan las luces antes de subir el telón.
Pasaron minutos, no sé cuantos,……muchos……..tal vez casi una hora.
Empecé a pensar si estaba allí haciendo el gilipollas porque estos tíos son realmente muñecos y nada más que muñecos.
Pero no tardaron en llegar a mis oídos los primeros susurros:
—¿ya?
—¡ya!
—¡No! Esperar un poco que a veces vuelven porque se le olvidan las llaves del coche o el móvil al jefe que es un despistado.
—Al rato….
—¡Ya! ¿No?
—¡Venga ¡ ¡vale!
—¿Qué hacemos?
—¡Con estas grapas no podemos hacer nada!
—¡Vaya asco de jefe que tenemos!
Yo seguía escondido escuchando sin poder identificar de quienes eran los susurrados comentarios hasta que con voz más clara identifique a Don Cristóbal:
—¡Oye! ¡Oye! Que a mí lo de estar grapado no me hace ninguna gracia pero cuando uno asume su culpa, como yo hago, tiene que asumir el castigo también. Estaréis conmigo en que la otra noche nos pasamos y hay que procurar que no se repita porque de lo contrario la próxima vez, el jefe, en vez de grapas es capaz de desbaratarnos.
—Bueno, bueno, allá cada cual con sus responsabilidades y decisiones ¿vale?
—¡Que ya somos mayorcitos!
—Eso, eso ¡Allá cada cual!
– Ahora si identifiqué entre las voces la de Damián y la del loco de los platos. ¡Menuda parejita! Seguían provocando al personal:
—¿Qué? ¿Hay alguien que de alguna idea para liberarnos de las grapas?
—¿Alguna ocurrencia?
Se hizo un silencio que duró bastante porque fue suficiente como para quedarme traspuesto y pegar una cabezadita.
—Me desperté de un sobresalto oyendo en voz alta:
—¡Idea! ¡Idea!
Del sobresalto di un rugido, ronquido o no sé que tipo de sonido que alarmó a los demás.
—¿Que ha sido eso?
—¿Habéis oído?
—¡Viene de la calle!
—¿Hay alguien ahí?
De nuevo se hizo el silencio. Después de un rato largo esperando si había nuevos indicios sonoros, al ver que no, alguien preguntó:
—Bueno ¿Quién era el de la idea?
El de la idea ya sabía yo por su acento de la estepa que era Rostropovich, que tiene más rostro que povich, y que seguía insistiendo con su oferta de chantaje:
—Escuchad compañeros:
Lo de “compañeros” era un atributo descaradamente “pelota” que no hubiera empleado nunca en condiciones normales sino estuviera, como ahora, a punto de pedir algo.
—He estado pensando-proseguía- y he descubierto que la única posibilidad de liberaros de las grapas es con la ayuda de alguien que este libre y yo sé quien puede ser.
—¿Quién? ¿Quién?
—Eso, eso ¿Quién?
—¡Suéltalo ya!
—Bueno, bueno sin prisas que tengo que exponer la idea claramente. Es cierto que sé quien os puede liberar de las grapitas dichosas y daros la libertad deseada, pero a cambio tenéis que convencer a vuestro chelista indio que se meta en mi puesto de la pared y me deje a mí en su rincón. Y si ya estáis pensando que esto es un chantaje os diré simplemente que sí, ¿Para qué vamos a andarnos con rodeos? Además de esa forma saldríamos todos ganando. El primero, el indio, que tendría mi chelo reluciente y podría presumir de algo limpio por primera vez en su vida porque el suyo esta tan putre que esta a punto de criar mejillones por los costados. Segundo vosotros, compañeros, que os liberaríais de las grapas y conquistaríais vuestra libertad. Y tercero yo, que saldría de la pared para formar parte de los once privilegiados.
—Así que una vez expuesta la solución ahora os toca a vosotros convencer al indio.
—Ante tal demagogia no pude aguantar el soltar otra exclamación:
—¡Joooooooooooo!
Esta vez paso desapercibida porque se mezcló con la de alguno de ellos y con los ruegos al indio.
—¡Venga indio!
—¡Qué bonito violonchelo!
—¡La pared no está tan mal!
—¡Yo que tú me cambiaría!
Todos los comentarios se acabaron cuando el indio se puso en pie y gritando más que todos juntos berreó:
—¡Y una lecheeeeeeeeeeeeeeeee! ¡A mí no me utilizáis para semejante chapuza!.Y si el “Rostro” no quiere decir quién nos puede quitar las grapas nos quedaremos así hasta que el jefe o Dios mande.
El ambiente se calentaba por segundos. El indio remató su intervención señalando con el arco al ruso:
—Y que conste que yo personalmente ¡prefiero grapas de por vida a ser una pegatina de pared como este!
—¡Eh eh!¡ De pegatina nada! Que aunque no tengo relieve valgo mas que tú como de aquí a Lima.
El ambiente seguía subiendo de tono de tal forma que no me atrevía ni a respirar temiendo a que si me descubrían todas las iras volverían contra mí.
De repente una voz que salía de otro rincón dejó a todos atónitos:
—¡Eh troncos! ¡Escuchadme bien! Yo estoy libre y os puedo liberar de vuestras grapas.
—¡Y yo!
—¡Y yo!
—¡Y yo también!
—¡Coño, son cuatro voces distintas! ¿Quiénes sois?-Dijo Damián-
Pero antes de recibir la respuesta se adelantó Matilde y apuntó:
—¡Claro!¡ Ya sé! Sois lo roqueros que estáis en el rincón de enfrente y la voz femenina con acento cubano es la de la negra gorda.
—¡De negra nada! ¡Soy de color! –replicó esta cabreada – y de gorda…….¡más quisieras tú! Que tienes tetas para amamantar un regimiento. Y para que os vayáis aclarando, mis chicos y yo estamos libres y a modo de demostración, vamos a bajar los cuatro a prepararnos unos “caipis” mejor que los de la señora, bien cargaditos y nos los vamos a tomar en vuestras narices. Mientras, mi batería os quiere decir algo que os interesa.
En efecto, mientras se bajaban de forma alevosamente recochineante, el batería exponía:
—Señores profesores, el ofrecimiento que queremos hacer, es cambiar el vaquero y la ridícula chaqueta de listas que tenemos por vuestro elegante esmoquin.
—No entiendo, -dijo alguien
—Pues está clarísimo: ofrecemos cuatro puestos de ”roquero libre” a cambio de otros tantos de “profesor de sinfónica grapado”. ¿Qué os parece? ¿Hace? ¿Algún voluntario?
—¡Chantajista!
—¡Puto!
—¡Igual que el Rostropovich!
—¡Gorda!
—¡Tu padre!
—¡Negra! ¡Negra!
Comprendí que allí iba a pasar algo y lo mejor sería largarse suavemente. Abrí la puerta de emergencia, que en esta ocasión iba a cumplir su exacto cometido, pero sin querer y con los nervios le di a un interruptor y se encendió una luz que dejó el show al descubierto.
Lo primero que saltó a la vista del personal, sobre todo de los machos, fue que la Matilde estaba en “top less”, no sé si por costumbre nocturna o por relax confiada en la oscuridad. Lo cierto es que con esas dos tetas a la vista (¡Qué tetas tío!) Ninguno pensó que la luz la tuvo que encender alguien.
Justo cuando apagué, un segundo antes del portazo, oí:
—¿Quién anda ahí?
Ya en la calle, salí disparado pensando en lo que allí había dejado:
Cuatro roqueros borrachos dispuestos a masacrar los caipirinhas, una negra calentita de ánimos, el Rostropovich ensañado con el indio comanche, la Matilde con las tetas al aire,…….no sé, no sé pero allí podría pasar de todo……..
Nunca lo supe.
A la mañana siguiente, que hubo que ir a limpiar y reponer bebidas, no hubo ningún comentario del episodio de la nochecita. Por mi parte y viendo que tampoco hubo destrozos a la vista, preferí correr un tupido velo y allá cada cual con su conciencia.
A PLENA MARCHA
El “Hache” empezó a funcionar con éxito y cada vez la clientela era más numerosa. Reconozco que la Philarmonica era un toque de originalidad de lo que más le gustaba a los visitantes, como el piano de los lavabos.
Aparte de los conciertos diarios, de vez en cuando llegaban artistas a dar un recital de jazz, salsa, bossa y toda clase de música para dar variedad.
Una noche, en un descanso de mis canciones en el piano, oí a Damián (el del trombón) que me hacia un comentario levantando la voz:
—¡Jefe! ¡Jefe!
—¡Calla hombre, no grites!
—¡Es que estoy grapado a la repisa esta, ¿me deja Ud. bajar, para hablar de tú a tú?
—¡No hombre!, yo me acerco; me subiré en una banqueta para que no se entere la clientela. ¡Escandaloso! A ver, dime ¿qué quieres?
—Verá, jefe, decía yo, bueno, quiero decir todos, que es una vergüenza que traiga Ud. artistas de todos los estilos, menos de música clásica, que es lo nuestro. Así no hay manera de educar a la clientela ni de que se fijen en nosotros.
—Cuando tienes razón, y ahora la tienes, tengo que dártela. Así que di a tus colegas que voy a ponerme en contacto con mis amigos de la sinfónica para que vengan a dar un concierto de música clásica, que seguro os enseñan algo, no solo de arte, sino de modales, que buena falta os hace.
En efecto, fui al teatro de la Maestranza y hablé con un amigo de la orquesta (que toca el violín para morirse) y con su mujer (que le da al piano para resucitar a los que se mueren). Los dos son de la Rusia, del Bolchoi; y no dudaron ni un momento en decir que sí a mis pretensiones.
Estuvieron tocando un día en el Pub, y fue lo más sublime que por allí ha pasado. No tengo adjetivos. Se quedó en mi retina y tímpanos grabado para siempre. Me dirigí a mi querida orquesta y les pregunté:
—Bueno, ¿qué? ¿Algún comentario?
—La verdad, jefe, es que después de oír a estos dos se nos quitan las ganas de ser artistas para siempre. Y se lo digo yo ―hablaba Damián― porque los más viejos se han tenido que ir emocionados, y Benavides y D.Cristobal juraría que se han hecho pis en el mismísimo esmoquin, sin darle tiempo a desembraguetar, cuando sonó el ultimo acorde. ¡Qué acorde jefe!, ¡qué acorde!. Me faltó un “na” para pegar un trombonazo.
— ¡Estás loco!
—Casi tanto como Ud. Pero, ¡y lo que yo hubiera disfrutado!
—Pero sabes que te hubieras jugado el puesto
—Ya, jefe, ya…
—Bueno, pues como sé que algo habréis aprendido y os habéis comportado como personas…
—¡Nos va a quitar las grapas!
—No, no. No van por ahí los tiros. Voy a repetir un concierto de clásico, pero con una pequeña orquesta de cámara, o un quinteto de rusos (se ve que hay muchos) que me han dicho que andan tocando por la calle Sierpes.
—¡Vale, jefe , vale! ―aclamaron todos.
Y era verdad. Me fui un sábado a la calle Sierpes y allí estaban, alucinando a los transeúntes.
El problema fue entablar conversación, ya que no hablaban cristiano, ni tampoco por señas me entendieron. Hubo que echar mano de una novia que también los quería para su boda y se manejaba con ellos en el idioma de la Estepa (la de los polvorones no, la otra). A través de ella, supe que estaban comprometidos para dos años. O sea, que lo de tocar en la calle, de pobrecitos nada. Por lo menos me dieron teléfono y dirección de Sergey que tenía otra orquesta en Córdoba, de rusos por supuesto, y con el quedamos para un jueves por la noche sin ningún problema.
El concierto lo patrocinaron los del ron caribeño porque los rusos valían mucha pasta y el Hache no estaba para tirar la casa por la ventana, de momento. Lo que sí es cierto que se consume mucho caldo de ese, aunque ha bajado un poco desde que grapé a mis muchachos a la repisa en prevención de sobredosis.
El concierto fue alucinante. En varios momentos creí que los míos se tiraban abajo para tocar entre los rusos o para comerles la boca, tengo mis dudas.
El que peor lo pasó fue el Rostropovi de la pared que estaba que se salía con violonchelo y todo.
―¡No hay derecho, jefe! Por muy grapaos que estén los once titulares, por lo menos están en primera fila captando todas las miradas continuamente, y nosotros, aquí detrás sin opción de movimientos, viéndoles las espaldas a todos ellos y soportando de vez en cuando algún que otro desagradable efluvio del que nunca se sabe el culpable. Además, por si no se ha dado cuenta estamos faltos de luz.
—En eso si te voy a dar la razón porque ya me había dado cuenta. Mañana tendréis proyectores especiales para todos.
Y así fue. Al día siguiente… tiré de tarjeta y ¡ya vendrá la dolorosa!
Para celebrar el éxito del concierto, me tomé un trago con los rusos, a pie de barra. No os voy a contar la cara con que nos miraban desde la repisa, porque era simplemente indescriptible.
LA LIBERTAD
Hay palabras en nuestro diccionario que no solo bonitas por lo que significan sino hasta por el sonido que dan al pronunciarlas, amor, música, madre, libertad… Fueron y serán la base de miles de poemas, la inspiración de grandes obras, de grandes artistas, de grandes gestas y logros. Bueno, y también de las más modestas composiciones, como las de un servidor. Las utilicé al pintar, al cantar, al tocar piano o guitarra y ¡claro que sí! ¡las utilicé para fabricar mi orquesta!.
Amor, sin amor, hubiera sido imposible daros forma. Para mí, habéis sido como once partos dolorosos, pero la satisfacción de veros y conversar con vosotros hace olvidar cualquier mal rato. Sois parte de mi vida, como lo es la música. Antes cada vez que escuchaba un concierto tenía la imagen de la sinfónica de Londres o Berlín. Ahora, y para siempre, seréis vosotros, mi Hache Philarmonic Orchestra los que pondréis la imagen a todos ellos.
Y de libertad, ¡ay mi madre!. Yo, amante de la libertad, después de ver tanta esclavitud en este mundo, tanto pueblo oprimido, ¡cómo os puedo tener grapados!. No va con mi forma de ser, no duermo tranquilo. ¿Cómo voy a terminar esta historia dejándoos sin la libertad que es vuestra?.
—¡Fuera grapas! ¡Sois libres! ¡Podéis bajar si os apetece!
―Jefe ―apuntó el profesor―, nuestro sitio es este, nos basta con sentirnos libres, sin grapas, para ser felices. Además, sus palabras nos han emocionado tanto que Matilde y la Smith han roto a llorar de tal forma que los mas viejos solicitamos su permiso para unirnos a ellas y echar unas lagrimitas.
—No, si me vais a hacer llorar a mi también. ¡Venga, venga! Os invito a un champancito.
—¡No por Dios, jefe!, bastará con cualquier infusión o mariconada de esas.
Y así se hizo. Fue la primera vez en mi vida que brindaba con algo “sin”.
El decano, Benavides, se puso en pie. ¡Os juro que se puso en pie!, y habló:
—Lo importante de los brindis no es lo que está en la copa, sino la intención por la que se bebe. Por eso yo propongo antes de que el jefe acabe el libro, que le estoy viendo las intenciones, brindar por la música y la libertad.
—¡Va!
—Es cierto, colegas, esta historia no da más de sí. Tan solo me hubiese gustado cumplir un deseo.
—¿Cuál jefe?
—Tocar algo junto con vosotros
— Faltaría más. No se quede con las ganas ¿Qué tocamos?
—Para este momento, saltó D. Cristóbal, no hay otra, y sin pausa, se dispuso a dar la entrada del Himno a la alegría de Beethoven.
Matilde y la Smith seguían llorando, algún que otro sentimental también. Pero el profesor mando callar……
—¡Silencio! …¡se toca! … Un… dos… tres…, y
—¡Chan ta ta ta chan!
¡Sonaba! ¡Sonaba! ¡Coño, que si sonaba!
Firmado: El jefe

— ¡Eh ¡¡Jefe, jefe! ¡Que esta tía me esta empujando!
— Pero hombre ,¿No ves que esta historia esta ya acabada y hasta firmada?
— Si, jefe ¡Pero es que me esta empujando!
— ¡Vete a freír espárragos!
— ¿……..?

Últimas Noticias